1. Hay que escuchar a los alumnos y confiar en ellos. Es importante tener confianza en la competencia y la capacidad de los niños, en lo que saben, y escuchar su mundo interior, toda esa información y esos saberes que traen consigo a la escuela. Ahora los niños solo pueden escuchar al maestro, no se les da la palabra.
2. Las escuelas deben ser democráticas, no igualitarias. Los estudiantes deben formarse como ciudadanos libres y soberanos. Por eso hay que huir del esquema tradicional en el que el profesor es quien tiene los conocimientos y los alumnos son vasos vacíos que hay que llenar y, por lo tanto, todos iguales. Los estudiantes acuden a la escuela con unos conocimientos y un saber que deben desarrollar, y el profesor debe ser capaz de motivarles e impulsar el proceso.
3. La heterogeneidad en el aula es buena. La diversidad, lejos de ser una dificultad o una barrera, es una ventaja y una riqueza que debe aprovecharse. Ya sea cultural, de género, de religión o raza… Incluso es interesante mezclar a niños con diferentes edades en la misma clase, para sacar así el máximo partido a sus diferencias y características propias.
4. Los niños deben participar en la organización de la escuela. Igual que la ciudad debe planificarse teniendo en cuenta a los niños y sus necesidades, los centros escolares tienen que implicar en su gestión a los alumnos. Si el niño participa de forma activa en la organización y en la toma de decisiones en el centro escolar, se sentirá parte de éste, sentirá que es “su escuela” y su conducta y desempeño serán mejores.
5. El aprendizaje tiene que ser cercano y divertido. Los docentes deben escuchar a los niños para enseñarles a partir de lo que ya conocen y teniendo en cuenta lo que les motiva y les interesa. Además, deben ser capaces de aprovechar la capacidad de los niños para concentrarse y esforzarse en aquello que les gusta y les divierte, motivarles y apelar a su forma de trabajar, sus fortalezas y sus capacidades concretas.
6. Necesitamos los mejores maestros. Un buen profesor escucha a sus estudiantes, busca la excelencia, personaliza el aprendizaje teniendo en cuenta la realidad del alumno y promueve el trabajo en grupo en vez de la competencia, porque cree en la suma de capacidades para lograr el éxito.
7. La lectura en voz alta en el aula debería ser obligatoria. Leer en voz alta en clase es una de las herramientas educativas más eficaces. Todos los docentes deberían leer a sus alumnos durante al menos 15 minutos todos los días, con cierta teatralización, haciéndoles partícipes de las historias y los personajes para transmitirles el amor por la lectura.
8. El juego y el ocio son importantes. Los momentos de libertad, esparcimiento y diversión fuera del aula resultan fundamentales para el niño y, además, influyen de manera positiva en el proceso de aprendizaje. Fuera del horario escolar, los estudiantes tienen que disfrutar, libremente y sin adultos, de su tiempo de esparcimiento, juego y actividades artísticas y culturales, como indica el artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño . Además, estos momentos sirven para que los niños descubran y formen su carácter, sus actitudes y su forma de reaccionar ante el mundo.
9. Los deberes son un error. Las tareas se piensan como ayuda, especialmente a los que más lo necesitan, pero no consiguen este objetivo porque generalmente los niños que tienen más dificultades no suelen contar en casa con el apoyo necesario para hacer los deberes. Esa labor de enseñar y cubrir las lagunas educativas corresponde al profesor, no a los deberes, y debe hacerse dentro del horario escolar.
10. Una buena escuela se construye sobre la vida de sus alumnos. Estamos privando a los niños de su vida, solo les cargamos de más actividades formativas, cuando lo que necesitan es vivir experiencias y así tendrán algo que compartir al día siguiente en la escuela. Sobre esa experiencia se construirá el conocimiento. Por eso necesitamos ciudades que permitan a los niños vivir como ciudadanos.