Acabo de leer una vieja historia que escuché no sé cuándo y no sé dónde. Es curioso cómo se transmiten y se perpetúan estas anónimas parábolas cargadas de significado. Con pequeñas variaciones las oyes y las lees, sin que se pueda cifrar muchas veces la fecha exacta de su aparición y conocer al autor que las ha inventado. “El universo está hecho de historias, no de átomos”, dice Muriel Ruckeyser. Los cuentos tienen un alto valor expresivo. “Un cuento, dice Ruth Stotler, nos puede hacer pensar por qué estamos aquí. Un cuento nos puede sacudir y llevarnos a reconocer una nueva verdad, darnos una nueva perspectiva y una nueva manera de percibir el mundo”. Lean, por si lo dudan, el estupendo trabajo de Paco Abril “Los dones de los cuentos”. Más de una vez he recordado que la distancia más corta entre una persona y la verdad es un cuento. Probablemente no se podrá demostrar científicamente este aserto. Pero siempre lo he tenido por válido.
He leído esta historia de la estrellita de mas en el libro “Aplícate el cuento”, cuyos autores son Jaume Soler y M. Mercé Conangla, creadores de la Fundación AMBIT, Institut per el Creixement Personal de Barcelona y coautores del libro “La ecología emocional”. A ese cuento le han dado el título “Cada acción es importante”. Dice así:
Se cuenta que había una vez un escritor que vivía en una tranquila playa, cerca de un pueblo de pescadores. Todas las mañanas andaba por la orilla del mar para inspirarse, y por las tardes, se quedaba en casa escribiendo.
Un día, caminando por la playa, vio a un joven que se dedicaba a recoger las estrellas de mar que había en la arena y, una por una, las iba devolviendo al mar.
– ¿Por qué haces eso?, preguntó el escritor.
– ¿No se da cuenta?, dijo el joven. La mar está baja y el sol brilla. Las estrellas se secarán y morirán si las dejo en la arena.
– Joven, hay miles de kilómetros de costa en este mundo, y centenares de miles de estrellas de mar repartidas por las playas. ¿Piensas acaso que vas a conseguir algo? Tú sólo devuelves unas cuantas estrellas al océano. Sea como sea, la mayoría morirán.
– El joven cogió otra estrella de la arena, la lanzó al mar, miró al escritor y le dijo:
– Por lo menos, habrá valido la pena para esta estrella.
– Aquella noche el escritor no durmió ni consiguió escribir nada. A primera hora de la mañana se dirigió a la playa, se reunió con el joven y los dos juntos continuaron devolviendo estrellas de mar al océano.
Es así, indiscutiblemente. Para esa estrella de mar que es devuelta al agua, resulta decisiva la acción del joven. La discusión sobre lo que supone en el universo mundo la tarea paciente y constante del joven resulta intrascendente para la estrella salvada. Todo lo que a ella le podría pasar de bueno le ha pasado en ese instante en el que salva la vida. La observación que le hace el escritor al joven -“sea como sea la mayoría morirán”- está cargada de realismo, pero también de amenaza para las estrellas que se pueden salvar. Por eso la respuesta del joven es oportuna, optimista y esperanzadora: “por lo menos habrá valido la pena para esta estrella”. No solo para la estrella es positiva la acción del joven. Lo es también para él. La opción alternativa a su actitud es la falta de compromiso y de acción, es la pasividad y la indiferencia, es la comodidad y la apatía. “Como no se puede hacer todo, será mejor no hacer nada”, sería el engañoso lema del pesimista.
Lo entendemos todavía mejor cuando esa afortunada estrella somos nosotros o alguno de nuestros hijos o hijas. Entonces percibimos de una manera certera que ese esfuerzo no ha resultado inútil, no ha sido vano. Entonces percibimos de forma nítida la importancia de esa acción sensible y comprometida. Es una pena que no lleguen a salvarse todas las estrellas de mar, pero es una alegría que esa, al menos, se salve.
Dejar de hacer cosas porque son limitadas, porque aún quedan otras muchas por hacer o porque esas acciones no pueden resolverlo todo, no es más que una trampa que inmoviliza y desalienta. Ante la invitación a la parálisis pesimista, está la invitación al compromiso cotidiano. Frente al lema de que no merece la pena esforzarse porque el avance es mínimo, está otro que agradecerá el mundo entero y, sobre todo, la afortunada estrella de mar: “por mí que no quede”
M. A. Santos Guerra